Los Hijos de Osha.
Todos los asentados en Regla de Osha, es decir, los que han pasado por las pruebas de iniciación, se les eleva a la categoría de omo-orisha, hijos, elegidos de Ocha e iyawos (esposas) sus sacerdotes y sacerdotisas. En Regla, luego de muchos años de desarrollo espiritual con el orisha sobre la cabeza, asentado, el iyawo comienza a bajar sobre su cuerpo su deidad, entra en trance, en estado de posesión. Este fenómeno tan viejo cómo la humanidad, conocido en todos los tiempos y por todos los pueblos, ocurre incesantemente en nuestros sacerdotes; consiste en que un espíritu de Eggún o deidad, tome posesión del cuerpo de un sujeto y actúe y se comporte como si fuese su dueño verdadero. De ahí que la persona que es objeto de la intromisión habitual de un orisha, se le llame “caballo” ó cabeza de orisha. Yimbí, kombofalo, nganga, gombe, gándo, perro, vasallo, criado o cabeza de ngangá, le llaman en Regla Conga a los que pasan por el mismo trance. El orisha, o el fumbi de los mayomberos, desaloja -valga la expresión-, reemplaza al yo del caballo. Empleando las mismas palabras que los negros: “el orisha baja para montar su caballo...”, se mete dentro de éste, y ese hombre o esa mujer poseídos por su orisha, ya no es quién era, sino el mismo orisha en su cuerpo. Tiene montado al orisha. El ego y la hipocresía de un individuo a quién lo montó el orisha, es sacado, arrojado por éste fuera de su cuerpo, queda anulado y sustituido por la fuerza, vitalidad,humildad, sabiduría de la deidad.
La persona ya no es ni Pedro, ni Juana, ni María..., es Yemayá o Xangó, es Mpungu Choya Wéngue, Inkita o Dibúdde. Prueba del fenómeno es, y la más convincente que, el caballo, pierde por entero su conciencia de su personalidad habitual.
Se dice: “le robaron la cabeza...” El orisha, cuando no se provoca su descenso, baja o corona espontáneamente, sorprende al caballo (se advierte una lucha, cierta resistencia que cesa de pronto), entra en él, lo monta, y al marcharse, el caballo queda ignorante de cuanto ha sucedido en su interior y en su entorno. Pasado el trance no sabe lo que ha dicho, ni lo que ha hecho, a menos que se le diga, cosa poco aconsejable...
A quién le baja el orisha, nunca sabe en que momento le entró, ni en que momento se irá. ¡¡¡No se recuerda absolutamente nada!!! Les queda un poco vacía la cabeza por un lapso de corto tiempo, y vuelven en sí con mucha sed y mucha hambre. Al principio, cuando comienza a montarlos su orisha, se les oculta para no asustarlos, ya que esto reprime el sano desarrollo ritual de un iyawó en una sesión de Regla.
Muchos temen también a que el novato enloquezca, pero: ¿cómo un orisha o Eggún va a trastornarle su ori al omo...? ¡Bah...! Visiones de los santeros modernos...
Los viejos Babalawos no nos lo decían, y no por asustarnos, ni porque si el omo que sabía que la deidad lo montaba se volvía loco. ¡Nada de eso....! ¡Puro cuento...! No nos lo decían para que no fingiéramos, para que no hiciéramos "fiasco". Nada mejor que un omó que lo ignore todo y se deje llevar por la energía de su orisha. En el estado de trance total es cuando mejor ser llevan a cabo las sanaciones del alma, las armonizaciones del cuerpo y de la mente de los afectados por un yari-yarí, por un hechizo o una brujería.
¡El orisha es quién cura la enfermedad y no uno...! Cuando el iyawo tiene montada su deidad, hace cosas verdaderamente increíbles, fenomenales, que en estado normal de su materia, de su mente, de su estado de conciencia, jamás podría llegar a realizar. Algunas historias entre nuestros negros nos lo confirman... Cierta vez, cuando descendió un Oggún Areré, lamió el tumor a una anciana que no podía caminar. Una joven iyawó no lo soportó y vomitó inmediatamente. Al poco tiempo la anciana no podía explicar el cómo de la cicatrización de la llaga supurosa y maloliente, putrefacta, y su pronta recuperación. El Oggún, literalmente "le chupó todo..." en otra ocasión descendió Eshú Ayerú sobre un hijo de Eleggua, se limitó en un rincón, y sin molestar a nadie, a romper vasos y comerse los vidrios. Otros, en demostración de fe, se clavaban agujas gruesas en distintas zonas del cuerpo. ¡Ninguna herida sangraba...! un diminuto Babalocha, hijo de Ochossi, el cazador, levantaba por los aires el doble de su peso, mientras giraba con las personas al ritmo de los batá (tambores). Cuestiones que sólo un omó en estado de trance auténtico puede llegar a hacer a través de las manifestaciones de su deidad.
Pero hay medios de prevenirse contra la posesión: el más corriente, apretarse fuertemente la cintura; fajarse con un género del color del orisha a que se pertenezca; refrescar el collar eleké con omiero (maceración de hierbas de monte) que, como distintivo de cada orisha, y como protección, suelen llevar encima siempre los fieles y aleyos; también uno puede atarse con grama o con una tira de paja de maíz el dedo medio del pié, cómo se hace en Palo Mayombe; apartarse a tiempo de cuanto pueda atraer particularmente al orisha de su devoción, como algunos cantos y toques de tambor . Buen cuidado tienen algunos de salirse de la habitación en que el tambor repica y
rompe el coro cantando en honor a su eleddá (ángel de la guarda) tutelar de su orisha. Es asombrosa la facilidad con que nuestros negros "caen en trance" con su orisha. Nada más lógico que el espiritismo, multiplicando sus centros por todas partes, con miles y miles de adeptos y de médium. Esto no supone debilitamiento por la fe del orisha, ni abandono de los cultos de raíz africana: "el espiritismo en muchas partes del mundo marcha a la par de Ocha...",estrechamente unidos, a pesar de sus pretensiones de espiritualidad.
por :ifaileodara@yahoo.com